Mi hermano Miguel cenaba siempre
con un gato negro sobre los hombros.
Los ojos de mi hermano sondormían
y los del gato, por el contrario, vigilaban
el ritmo de la casa.
Acabada la cena
el gato regresaba a su rincón
y mi hermano recitaba poemas de Mallarmée.
Mi madre, mientras tanto,
se quejaba de la huella
que el gato dejaba
en el viejo chaquetón de casa.
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Es verdad, los gatos se suben a los hombros, pero sólo a los de ciertas personas. No creo que sea para estar más altos. Lo de tu hermano Miguel me confirma que los gatos lo hacen para mirar dentro de los cerebros más privilegiados y escuchar desde cerca sus ideas aún no pronunciadas.
Gracias por este blog que acabo de conocer por Antón, y enhorabuena.